El viaje mitológico

Al día siguiente, me encontraba en mi habi-
tación jugando a Planet Wars Battlefront. Era

uno de mis videojuegos favoritos, y normal-
mente pasaba sin dificultad de un nivel a otro.

Pero, por alguna razón, mi puntería era peor

que otras veces, y los sedientos Morlacks, alie-
nígenas implacables que querían apoderar-
se de nuestras reservas de agua, llevaban las

de ganar. Ni siquiera la triste perspectiva de
pasar el resto de mi vida acarreando agua
para ellos provocaba mi reacción.
El juego era demasiado lineal, estaba harto

de disparar contra todo lo que se asemeja-
ra a un Morlack y las acciones de mis rudos

compañeros —el capitán Mendel y los solda-
dos Urth, Kaunas y Talliaferro— me parecían

excesivamente previsibles. A su lado, hasta el
gigante Goliat era un prodigio de sutileza. Por
no hablar del astuto Ulises.
Dejé de jugar y pensé en los libros, en el poder
que tenían para buscar nuestra complicidad

y para despertar en nosotros sentimientos des-
conocidos. Y eso que yo solo había viajado a

ellos, y no había leído ninguno. Recordé algo
que me había dicho Pa: que el mérito de los
buenos libros no dependía únicamente del
argumento que contaban, sino del orden de
las palabras y las frases. Quizá debía hacer
un nuevo esfuerzo, empezando por los libros
a los que había viajado.
Busqué el texto de la Biblia en Cosmonet y di

con tres o cuatro versiones. Por lo visto, aún te-
nía lectores entre los navegantes.

El combate de David contra Goliat ocupaba
solo una pequeña parte de un capítulo del
Primer libro de Samuel. Lo leí de un tirón en

la computadora, aunque no entendí todas
las palabras. No encontré nada en él que no
estuviera en mi viaje, salvo que al final yo no
había querido cortar la cabeza del gigante y,
confiando en su sinceridad, le había tendido
la mano.
Sin embargo, me gustaron la sencillez del libro
y su sabor antiguo y repetitivo, que producía
un ligero efecto hipnótico, como el refresco

de cola. Supongo que eso era lo que Pa lla-
maba el ritmo de la historia. Mientras lo leía,

me pareció ver el rebaño de ovejas asusta-
dizas y las piedras donde se agazapaba el

leopardo.
El viaje mitológico (fragmento adaptado)
• Responde ¿Recuerdas cómo era contada la mitología en la antigua Grecia?
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También La Ilíada se hallaba en Cosmonet. Al
principio, me desconcertó un poco. Aunque

Pa me había dicho que se trataba de un poe-
ma, no esperaba que la versión en español

estuviera en verso, y además me perdía entre
tantos dioses extraños. Pero me dejé llevar por
el texto en cuanto aparecieron los personajes

que me resultaban familiares: Ulises, Agame-
nón, Príamo y, sobre todo, Helena.

Seguía leyendo cuando Pa llegó a casa esa

noche, y me quedé leyendo cuando se acos-
tó. Nueve protestó, porque aún estaba pro-
gramado para recordarme que me fuese a

dormir temprano. Así que apreté los botones
correspondientes, que llevaba ocultos en el

vientre, y ajusté su comportamiento al hora-
rio de verano, mucho más agradable. Al mo-
mento, se acurrucó a mis pies y cerró los ojos.

Hacia las cuatro de la madrugada apagué
la luz, pero no pude dormir. Acababa de leer

ese canto de La Ilíada donde Héctor mata a
Patroclo, confundiéndolo con Aquiles, y temía
No dijo nada, pero en la penumbra me pare-
ció que sonreía.

Con un nudo en la garganta, asistí a la horri-
ble muerte de Héctor, a la profanación de sus

restos y a esa escena del canto final donde

Aquiles y Príamo, el guerrero furioso y despia-
dado y el viejo y respetado rey de Troya, se

abrazan y lloran juntos.

El texto acababa abruptamente, con los fune-
rales de Héctor. Desconcertado, apreté varias

veces la tecla de avance, hasta que recordé
lo que Pa me había contado: que el final de
Troya no se contaba en La Ilíada, sino en La
Odisea.
Así, un libro me llevó a buscar otro. Ya en La
Odisea, me embarqué con Ulises, rumbo a la

isla de Ítaca. Sin necesidad de pasar por Bi-
bliotravel ni ocupar el sillón reclinable, viajé al

país de los comedores de lotos, burlé al cíclo-
pe Polifemo, pariente lejano de Goliat, conocí

a la hechicera Circe, que estuvo a punto de
transformarme en cerdo, visité el reino de los
muertos, escuché los cantos seductores de

las sirenas y llegué a la isla de la ninfa Calip-
so, que me retuvo durante siete largos años.

Luego, convertido en Telémaco, el hijo de Uli-
Resultado de imagen para caballo mitologico de troyases, partí en busca de mi padre y escuché de

labios de sus antiguos compañeros de bata-
lla la historia del caballo de madera y el final

de la ciudad de Troya, que no coincidía, na-
turalmente, con el mío. Y, de nuevo transfor-
mado en Ulises, volví a mis tierras de Ítaca, fui

reconocido por mi fiel perro Argos y reencon-
tré a mi mujer, Penélope, tejiendo un tapiz in-
terminable. Uno a uno maté con mis flechas a

todos sus pretendientes.
Aprendí varias cosas. Una, que cuando uno
lee un libro relaciona continuamente lo que
está leyendo con lo que ha leído o con lo que

sabe, de modo que uno va cambiando mien-
tras lee, y al mismo tiempo va aportando al li-
bro detalles, como un paisaje o una cara, que

no estaban en él. Eso puede parecer obvio,

pero yo no lo sabía. Si hay un objeto realmen-
te interactivo, es el libro.

Muñoz, Vicente. 2083 (fragmento y adaptación de
Editorial Don Bosco). Edebé

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